viernes, 13 de diciembre de 2013

Montevideo

Hay lugares que son bellos y punto. Como esa gente que te querés comer, coger, abrazar o hacerte amigo. No hacen falta explicaciones, intérpretes, esfuerzos ni costumbre, uno llega por primera vez y se siente de regreso en el lugar de siempre. Como el amor, uno razona que debería estar asustado, discierne lógicamente el peligro de la proximidad extrema, de desnudarse y quemar las ropas para entrar a un cuarto en el que no sabemos qué habrá cuando se encienda la luz. Pero no se siente así. Se siente como si las luces hubieran estado siempre apagadas, hasta hoy; una urgencia nos consume: dejar de perder el tiempo.

Hasta la nostalgia parece extinta, tememos no volver a sentirla, incluso nos preguntamos si no haríamos bien en guardarla de algún modo y, como quien guarda una cepa de viruela, esconder en un rincón seguro algo de melancolía... ¡Por las dudas! La tristeza no tiene siempre hijos deformes, algún día la podríamos necesitar para evitar fosilizar el alma o, sencillamente, para entender.

Acá el pasado no vuelve como fantasmas, sino como antecedentes tiernos de la frescura actual. El deseo crea historias viejas en los banquitos de la rambla, en el mercado cerrado, con el sol mesurado y hasta con aves de canto todavía desconocido.

No está mal. Ya va a haber tiempo para dejar de inventar y comenzar a recordar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario