
Hasta la nostalgia parece extinta, tememos no volver a sentirla, incluso nos preguntamos si no haríamos bien en guardarla de algún modo y, como quien guarda una cepa de viruela, esconder en un rincón seguro algo de melancolía... ¡Por las dudas! La tristeza no tiene siempre hijos deformes, algún día la podríamos necesitar para evitar fosilizar el alma o, sencillamente, para entender.
Acá el pasado no vuelve como fantasmas, sino como antecedentes tiernos de la frescura actual. El deseo crea historias viejas en los banquitos de la rambla, en el mercado cerrado, con el sol mesurado y hasta con aves de canto todavía desconocido.
No está mal. Ya va a haber tiempo para dejar de inventar y comenzar a recordar.
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