miércoles, 7 de julio de 2010

José Carpio (1954-2010): revolucionario socialista y amigo

(una versión reducida se publica en Prensa Obrera 1136)

Ni la muerte se salvó de José. La peleó hasta la última, como una cuestión de principios.

Comenzó su vida adulta como mecánico de aviones en la Fuerza Aérea, pero se fue harto de las arbitrariedades. Golpeó a un oficial que lo sometía a castigos sin motivo y pidió la baja. Tiempo atrás había comenzado a leer libros del Che Guevara, que ocultaba en la guarnición donde prestaba servicio. Pasó a trabajar en la construcción y la década menemista lo dejó en la calle. Entonces hizo lo que mejor sabía hacer: luchar.

Carpio fue el principal dirigente del movimiento piquetero cordobés en el período clave de la Coordinadora de Desocupados y el Sutrade (Sindicato Único de Trabajadores Desocupados). En ese momento se sumó al Partido Obrero y estuvo a la cabeza de grandes conflictos y, particularmente, del sector del movimiento de desocupados que combatió la cooptación estatal.
Pero sería injusto y limitado recordarlo sólo como ‘luchador', porque José fue además un socialista cabal. Cada situación de su vida diaria era para él un episodio de la lucha de clases, y trataba siempre de explicar los problemas como manifestación de la descomposición capitalista, concluyendo en la necesidad del socialismo. Esto lo aplicó hasta para explicar su enfermedad: la única duda que tenía era si el capitalismo le había generado cáncer a partir de las fumigaciones sojeras en su barrio, del tabaquismo, o de la combinación de ambas.

Un jugador de Boca supo contar que, cuando le tocó compartir equipo con Maradona, hacia el final de la carrera de éste, la forma en que controlaba la pelota y cómo vivía los entrenamientos, dejaban ver lo grande que había sido el Diego en su momento de esplendor. A mí me pasó con Carpio: lo conocí cuando ya había sufrido una traqueotomía y tenía muy reducida la capacidad pulmonar. Impedido de hablar y con dificultades para movilizarse, fue uno de los impulsores del movimiento contra el abuso policial en Alta Gracia y se cargó encima la campaña electoral 2009, bancando pegatinas y pintadas que hasta el día de hoy cubren las principales paredes de la ciudad.

Era un apasionado, por el socialismo y por la vida. Amaba a las mujeres y a los amigos. Cuando comenzó a ingresar seguido al hospital bromeábamos: lo visitaba tanta gente que parecía una estrella de rock. No era casualidad, la amistad de Carpio nunca mostraba fisuras.
Nombramos la revolución, el Partido Obrero, el amor, la amistad, Boca Juniors y el rock porque ésas eran sus pasiones. Faltan sólo quizá su familia, la buena comida y el vino.

Justamente, en los asados, José solía mostrar orgulloso su nombre en la página 45 del libro “Una historia del movimiento piquetero” (Luis Oviedo). Y está bien. Carpio ya no está, pero ha dejado su huella en la conciencia de la clase obrera argentina. No es algo menor, en especial para alguien con un optimismo indestructible y una confianza a prueba de balas en el futuro socialista de la humanidad. En cada piquete de huelga, en los cortes de calle y las puebladas, en todas las luchas inspiradas en el método del movimiento piquetero, ahí va a estar José. Y, como le prometimos varios compañeros, también va a estar cuando el proletariado irrumpa en la Rosada. Hasta la victoria, culiao.

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