sábado, 17 de abril de 2010

Poema para Dulce

Como todo el mundo

también yo una vez
fui joven.
Y me casé.
Ella tenía 16 años
la cintura apretada
y pechos eclipse.
Pero su rostro
inasible
extraño como un perro oriental
parecía el amor
ese rostro
no podía estar del lado equivocado.
Y no estuvo.
Nos lamimos
tantas veces
nos gemimos
nos cantamos.
Hacíamos el amor
en Roma
y seducíamos
a los italianos.
Todos querían ser
la parejita argentina
encantadora.
Y cuando yo volvía
de servir café
y hacer mudanzas
ella estaba ahí.
Y también
cuando no había
mudanzas
y el dinero
para la pizza o la pasta
se hacia siempre menos.
Ella estaba.

Volvimos.

Y ella estuvo.
Me sonreía
me apretaba
me mordía.
Ella no sabía
cocinar
pero intentaba.
Y yo odiaba
lavar los platos
pero lo hacía.

El tiempo
es ahora
más rápido
que cuando
éramos niños.
Un día el monstruo
vomitó
su asco
su bronca
su envidia
sobre mí.
Ella había cumplido
22 años.
Y sus ojitos
de perro
tuvieron
la sinceridad que ella no.
Y ya su mano no
me dio escalofríos
su lengua no me buscó
cómplice
ni helada ni caliente

Apareció un cementerio
vivo
de nervios.

Que los amantes
que las pijas
las conchas
los culos
la mentira.

El miedo.

Yo supe
que era el
miedo.

Pero lo supe
muy tarde.
No le había
enseñado.
Y ella no
se atrevió.
Y me quedé
solo
de este lado
del mundo.

Todavía recuerdo
a diario
la sonrisa
los dientes
la piel.
Las películas
de Fellini
con el Gran Marcello.
Los helados
de un euro cincuenta
frente a la inverosímil
Fontana.
Su ano
recibiéndome
como a los
Reyes Magos.
Su olor
insoportable
al volver
del laboratorio.
Su cuerpo
sin ropas
cuando
la playa nudista.
Los piropos
en mal
italiano.
Las canciones
burdas.
Y también las buenas
como las de "Artaud" o Nina Simone.

Ahora el miedo
a la muerte
tiene nombre:
sé que van a ser
ésos
los últimos destellos
antes del crepúsculo.

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